La necesidad de una ciudadanía política, proactiva y digital

“La política debería ser la profesión a tiempo parcial de toda la ciudadanía”. Dwight D. Eisenhower (1890-1969). 34º presidente de Estados Unidos.

La realidad ya es tan compleja y todo está tan conectado que quizás haya llegado el momento en que las personas tomemos mayor protagonismo en la política. Muchos gobiernos ya no se ven capaces de enfrentarse a los numerosos retos que se multiplican a su alrededor y se ven obligados a diseñar soluciones que excluyen a una parte de la población.

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¿Qué está pasando con la gobernanza en los 2020s?

¿Por qué está ocurriendo el proceso de divorcio entre la ciudadanía y la clase política? ¿No será, quizás, que vivimos en dos dimensiones diferentes, y mientras las personas miremos al futuro la clase política siga mirando al pasado? Pareciera como el choque entre dos mentalidades.

Las personas operan de manera proactiva-digital pero la industria política sigue en la dimensión analógica-reactiva. Hay un divorcio por diferencias irreconciliables. Deseamos ser libres y no nos dejan.

La base de los gobiernos es el conjunto de partidos políticos, asociaciones de personas surgidas en el siglo XIX diseñadas para gobernar las masas y salvaguardar al statu quo. Desde entonces ha habido pocos cambios en los partidos políticos tradicionales. Todos son estructuras piramidales que centralizan su mensaje ideológico en torno a líderes, cuyos egos son más importantes que cualquier otra prioridad. La comunicación es descendente y la estructura piramidal está compuesta por pequeñas élites que luchan por el poder en un entorno hiper-competitivo. El resultado es una clase política compuesta por personas valoradas por su lealtad a su partido político, sin necesidad de capacidad, conocimiento o experiencia práctica. La transparencia es un circunloquio y la empatía es una utopía.

Una #CiudadaníaPolítica es la unión y monetización de multitud de inteligencias conectadas que aportan soluciones de gobernanza. Ello impulsaría la transformación digital de la industria política.

El impacto de la bala digital en la industria política

Quizás haya llegado el momento de la disrupción en la vieja industria política. Su transformación digital supondría un auténtico cambio de paradigma para las personas. La ciudadanía dejaría de operar en la dimensión analógico-reactiva y depositar su confianza en partidos políticos opacos para hacerlo en la digital-proactiva y empezaría a confiar en la inteligencia colectiva de sus pares, personas con quienes comparte valores y entre sí se consideran iguales. Surgiría una nueva industria política, transformada, proactiva y digital, cuyo interés sería el compartido bajo una dinámica colaborativa, superando doscientos años de gobernanza competitiva. Las personas, y no los partidos políticos, seríamos el centro de la atención política.

Diferencias entre ciudadanía partidista (s. XIX-XX) y ciudadanía política (s. XXI):

La distopía: una industria política tradicional, sin transformación digital, que limita el statu quo

La industria política no ha pasado por ningún proceso de transformación digital. Ni partidos políticos ni sindicatos ni fundaciones ni asociaciones relacionadas con la política tradicional han visto la necesidad de verse transformados digitalmente. Se trata de una industria que opera básicamente como a finales del siglo XIX, sin cambios sustanciales en la configuración de sus instituciones. Es la garante del statu quo y su papel es defenderlo a toda costa, en muchos casos en la opacidad.

La industria política actual divide; es deshonesta, controladora y egocéntrica; genera miedos; y se alimenta de egos hiper-competitivos sin empatía. Son un pasado que no se ha transformado en el futuro.

La industria política está centralizada en partidos políticos que fijan los límites de la caja normativa, defienden a ultranza sus intereses y operan sin consentimiento de la sociedad. Son la columna vertebral de un sistema en el que controlan todos los impulsos vitales. Articulan las políticas de gobernanza según éstas refuercen sus propios intereses. Actúan en contra de parte de la población, aquella que no comulga con su ideología. Es un entorno hipercompetitivo, basado en el ego y se considera que la destrucción del rival es una victoria. Los objetivos son fijados a corto plazo y no necesariamente por personas cualificadas o con una mínima experiencia.  

El resultado distópico: Una ciudadanía partidista, reactiva y analógica

A pesar de que las personas tenemos pensamiento orgánico, el viejo sistema industrial obliga a cada una a elegir una sola opción cada cuatro años, para los próximos cuatro, sin haber participado en ninguna parte del proceso, más que votar. Las personas tienen que reaccionar a programas políticos en los que no han participado. Los votantes se ven obligados a depositar su confianza para el futuro en la comprensión partidista del pasado. El resultado es una ciudadanía dividida ante el mismo problema, enfrentada dentro de las mismas familias y en permanente conflicto emocional con la política. 

La ciudadanía partidista dejará paso a otra más conectada, rápida, inteligente, orgánica, eficiente, colaborativa, transparente e inclusiva.

Ya no tiene sentido obligar a las personas a que operemos, por decreto, en la dimensión analógico-reactiva cuando en nuestro día a día ya operamos de manera natural en la dimensión digital-proactiva. Ya no resulta lógico excluir la inteligencia conectada de las personas para resolver la complejidad del siglo XXI, cuando existe la tecnología para ello. Ya no tiene sentido confiar en la inteligencia partidista, diseñada para dividir, enfrentar y hundir al oponente para su propia supervivencia. Ya no es tolerable que la población se vea obligada a operar con unidades opacas que impulsan el ego desmedido de inteligencias parciales, limitadas e interesadas. 

La utopía: la ciudadanía política o la transformación digital de la industria política 

Imaginemos que las personas pudiéramos aportar soluciones a la complejidad de la gobernanza y fuéramos remuneradas por ello. Imaginemos que los partidos políticos transformasen sus bases de afiliados reactivos y analógicos en personas que co-crean políticas públicas y para ello usasen herramientas digitales. Operar en la dimensión digital-proactiva no solo aportaría mayor transparencia, menor ego y mayor colaboración, sino que permitiría conectar las inteligencias de personas que ya tienen interés en construir la realidad política, solo que hasta ahora no han tenido acceso a ello.

La nueva política tendría valor por unir, ser de confianza, inspirar cambios, colaborar, ser humilde y educar a la sociedad para asimilar cambios mostrando empatía. Es un futuro que ya se está transformando

Acerca de Rafael Martinez-Cortiña

21st century life explorer in Madrid, a city that makes sense
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